Por José Manuel Nieves
Decenas de misiones orbitales y varios vehículos robóticos han demostrado ya de sobra que la superficie de Marte no es, hoy por hoy, adecuada para la vida. Es cierto que en el pasado, hace miles de millones de años, en el Planeta Rojo reinaban unas condiciones muy diferentes, y que entonces el agua corría por su cálida superficie y se acumulaba en grandes lagos y mares en los que, con mucha probabilidad, pudo surgir la vida.
Pero esos fueron otros tiempos. Las cosas allí han cambiado de forma dramática, y la pregunta, la gran pregunta que se hacen los investigadores es si algún vestigio de ese pasado esplendor, en forma de microorganismos, pudo sobrevivir a esos cambios hasta la actualidad.
A diferencia de la Tierra, el planeta vecino no dispone de un 'escudo defensivo' en forma de campo magnético, ni tampoco de una gruesa atmósfera que lo proteja de la agresión de agentes externos, de modo que la superficie del planeta rojo recibe continuamente el impacto de micrometeoritos (partículas de polvo espacial que en la Tierra se convierten en inofensivas estrellas fugaces), y lo que es aún peor, rayos ultravioleta del Sol y radiación ionizante procedente del espacio, ambas extremadamente peligrosas tanto para la posible vida autóctona como para los futuros exploradores humanos.
Cualquier ser vivo en la superficie marciana estaría expuesto a dosis de radiación que, en promedio, son 900 veces más altas que las que experimentaría en la Tierra.
Pero aún así hay lugares en Marte en los que los humanos podríamos vivir sin temer a esos peligros: las grandes cuevas subterráneas, túneles y cámaras formados por antiguos flujos volcánicos, que existen a pocos metros bajo la superficie y cuyas entradas han sido ya profusamente fotografiadas por los satélites en órbita. Esas cuevas, en efecto, deberían proporcionar una protección adecuada a los futuros colonos, tanto contra los microimpactos como contra las radiaciones dañinas que bombardean la polvorienta superficie de Marte. ¿Pero cuánta protección exactamente?
Ahora, Daniel Viúdez-Moreiras, investigador español del Centro de Astrobiología (CSIC/INTA) y del Instituto Nacional de Tecnología Aeroespacial, ha calculado cuánta de esa radiación dañina podría aún llegar hasta el interior de los diferentes tipos de cuevas en varios lugares de Marte. En un estudio recién publicado por la revista ' Icarus', Viúdez-Moreiras explica que en muchos casos los niveles de radiación ultravioleta dentro de las cuevas serían solo de cerca del 2 por ciento de los que hay en superficie. Es decir, serían lo suficientemente bajos como para ser relativamente seguros, aunque aún lo suficientemente altos como para sostener organismos que requieren luz para producir energía a través de la fotosíntesis.
El impacto de la radiación espacial, por su parte, aún más peligrosa que los rayos UV, plantea dudas mayores. Según Viúdez-Moreiras, «la radiación ionizante no presenta exactamente el mismo comportamiento que la radiación ultravioleta. Sin embargo, se espera que también se atenúe fuertemente en los cráteres de los pozos y los tragaluces de las cuevas».
El investigador cree que alguna de las próximas misiones a Marte deberían tener como objetivo principal la exploración del interior de estas cuevas, algo que no se ha intentado todavía. Solo así podremos averiguar hasta qué punto son realmente habitables. Por ahora, tal y como demuestra este estudio, hay razones para la esperanza: además de ser los mejores 'refugios naturales' disponibles en el Planeta Rojo para los futuros astronautas, el interior de estas cavidades podría ser también el mejor lugar para buscar signos de vida.
Fuente: ABC.es