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A los 79 años, Abelito visitó fugazmente Victoria, su amada ciudad natal. Al buscarlo por el hotel en que se alojaba para realizar este reportaje, soltó su primer chiste: "Tengo que tomar estas pastillas por cuestiones de salud. Si querés te convido con una", dijo con una sonrisa a flor de labios; aquellos con los que toca como nadie el trombón.
Recorremos brevemente la ciudad y al pasar por el Mercadito, Abel suelta un suspiro. Son imágenes que le traen recuerdos lejanos, tan lejanos como próximos a su corazón: "La alegría de volver al pueblo es un valor que no existe" dice con cálida nostalgia.
Avanzamos hacia el lugar elegido para la entrevista, las termas de Victoria: "Esto es un paraíso, es un regalo de Dios", dice sonriente, y nos adentra en la historia de su vida:
Mi papá fue quien me instó a ser músico, porque en ese entonces se traía gente de valor para que los viéramos, como Toscanini, o niños prodigios que eran directores de orquesta, violinistas o pianistas. Uno veía eso o escuchaba los conciertos de radio Nacional y te pegabas. Y estaban los conciertos de jueves y domingos de nuestra banda sinfónica municipal de Victoria Entre Ríos, dirigida por el maestro Sebastián Ingrao ¡Eso me atrajo! Le dije entonces a mi papá que me anotara, por lo que mis primeros cinco años de estudio los hice en la banda municipal. Estábamos internados ahí.
¿Cuál era entonces tu instrumento favorito?
Lo mío era el saxofón barítono, porque estaba de moda Sherry Maligan, pero el maestro me dijo que no, que yo tenía labios para trombonista.
El trombón que yo tengo me lo trajo Eddie Pequeñino en 1958, que tenía un amigo que era capitán de un barco petrolero, pero tardaba un año en volver. En ese entonces, los vecinos me ayudaron a juntar 1.000 dólares. Al año exacto, fui a retirarlo a una cuadra de la cancha de Vélez.
¿Hubo alguien que te haya formado en tus inicios musicales?
El maestro Sebastián Ingrao. Nos formó a cientos de muchachos. Mi agradecimiento eterno para él. Yo siempre dije que tuve los dos mejores maestros en el mundo. En Victoria el maestro Sebastián Ingrao, y en Buenos Aires otro italiano, en el Conservatorio Municipal de Música "Manuel de Falla": el maestro Mazzitelli ¡Dos avanzados! y me tocó justo a mí tenerlos.
¿A qué edad te fuiste de Victoria? ¿Qué fue lo que te impulsó a tomar esa decisión?
A los 17 años. Falleció mi papá y quedé solo. Ya mi mamá estaba en Buenos Aires por problemas reumáticos, y yo acá ya no tenía nada que hacer para lo que proyectaba, que eran dos cosas: la música y el fútbol. Al llegar allá me puse inmediatamente en contacto con las cosas de música e hice el servicio militar en la banda de Prefectura Naval Argentina.
Mi otro sueño era ser el 9 de San Lorenzo (risas). No pude probarme, porque si bien tenía talento para el fútbol no tenía quién me aconsejara. Tuve oportunidad de jugar en Tigre, en Chacarita. Jugué con Pinino Mas, con Higinio García... era el equipo del barrio y además ganábamos campeonatos, en Tigre, en Chacarita, en Colegiales. Pero no había para comer en casa y tenía que trabajar. Mis hermanos eran chicos y mi mamá estaba enferma. Había que dividirse.
Anécdotas por el mundo
¿Qué anécdotas tenés de tantos lugares recorridos?
Me acuerdo cuando estando en Alemania, antes de la caída del Muro, me mandaban a dar clases al Concierto Nacional en donde estaba la policía soviética. Ahí era todo tristeza y todo gris, ¿no? Nadie decía nada. Y yo llegaba y me importaba tres pepinos, y daba clases de trombón en el conservatorio. Tenía que explicar cómo se respira, cómo lanzar el sonido, etc.
Entonces, mediante un intérprete preguntaba: "¿Qué quieren que toque?" Pedían el tango como locos, y después de eso venía el chamamé. Yo les explicaba que ellos tenían mucho que ver con el chamamé por los alemanes y les explicaba qué era el Sapucay. Y yo bajaba del escenario y les tocaba en la oreja silla por silla. Los policías se volvían locos. Fue una de las cosas más lindas que me pasaron en la vida, porque les gustaba y era un pueblo triste.
Ante un régimen dictatorial criminal, yo me daba el lujo de tocar la música de mi pueblo con aquél chamamé prohibido, cruzando el muro y haciendo feliz a un pueblo.
A lo largo de tu vida, ¿qué es lo más importante que te ha sucedido?
Tener hijos, por supuesto. A nivel musical, haber puesto en valor la música de nuestra región, que es el chamamé. Antes no se podía decir la palabra 'chamamé', por un decreto militar del año '55. Para ellos éramos negros, borrachos, con cuchillo en la cintura y adictos a la vagancia y al trago fácil. No tenían ni idea de la alegría del chamamé.
" Decir chamamé es un Sapucay, es ganarle al río, es ganarle al tigre, es encontrarse con un amigo. Bendecido el hombre o la mujer que puedan lanzar un Sapucay".
En la cumbre del éxito
Abel, a lo largo de tantos años de carrera, ¿con quién te tocó compartir escenarios?
Me tocó -por ejemplo- con Julio Iglesias, por un lapso de 3 años y medio. Empezamos en Sudáfrica, en donde éramos en total 18 músicos argentinos. Nos votaron como los mejores, y fue allí cuando nos llamaron de la Columbia Norteamericana para hacer las giras internacionales de Julio. Así que recorrimos el mundo. Fuimos a Hollywood, el Radio City de Nueva York, Canadá, Japón, Filipinas... experiencias hermosísimas, como tocador de metales o vientos, y ellos agregaban las cuerdas de la Filarmónica de Nueva York o de Japón.
A nivel nacional, ¿compartiste momentos con Piazolla?
Grabé varias veces con Piazolla. Y estuve muchos años con Marianito Mores, desde el '58 hasta el '66/67 con Marianito, con la orquesta de 40 profesores. Marianito era un músico y un autor de verdad. Impresionante. La cantidad de tangos que tiene es impresionante.
Hay muy buenos bandoneonistas, como Carlos Buono.
¡Ah sí! Hay muchos buenos bandoneonistas ahora, y además chicas, como en la escuela de música de Avellaneda. Chicas virtuosas, que tocan el bandoneon y el contrabajo muy bien, ¡y
violín ni hablar! En el Colón hay dos o tres. La escuela bandoneonística dio un paso gigante, porque tomaron una nueva escuela que facilita el aprendizaje. Es difícil sobre todo el tango, que es una de las músicas más difíciles de tocar.
¿Te seguís emocionando al interpretar algún tema en especial?
¡Y sí! Por ejemplo, los otros días hicimos la ópera "Porgy and Bess" de Gershwin, y fue gente de la hermosísima e invencible raza negra del Teatro de Sudáfrica, de Ciudad del Cabo, junto a la orquesta del Teatro Colón. Todos los solos de trombón pasaban por mis manos, con los sudafricanos cantando en el escenario.
¿Qué proyectos tenés a futuro?
Uno siempre quisiera volver a Victoria. Pero de hacerlo me gustaría tener un programa de radio, de tango y de jazz, y de música representativa de lo popular. Hice 35 años de programa, en Radio Nacional, en Radio Splendid, en Radio el Mundo. Historia de las misiones jesuíticas, historias del litoral y de la historia argentina, acerca del jazz y sus influencias, la música de los pueblos.
¿Vas a venir a presentar tu dueto?
Ojalá pudiera venir, para que los chicos vean que con un instrumento se puede tocar música clásica, un chamamé, un tango o una samba.
¿Qué consejo le darías a quien esté arrancando con la música?
Que en la vida se puede hacer de todo. Pero todo organizadamente. Si vos te organizas para cada cosa, se puede llegar. Y siempre estudiar, sin abandonar la alegría. Ir a jugar al fútbol, a pescar. Alguien que sabía lo dijo: "sólo la organización vence al tiempo".